Quiero liberarme, soltarlo, dejarlo ir. A la mitad de la noche, sin que nadie lo sepa, pero que el universo guarde el secreto.
Nunca me sentí bien sólo, o tal vez algunas cuantas veces cuando llegaba a casa después de la secundaria a escuchar música y bailotear sin que nadie se enterara. Pasó el tiempo y la idea de la soledad no fue de mi agrado. Me enamoré y menos me gustó eso de estar como hongo.
Hoy más que nunca esas huellas que quedaron marcadas en mi alma regresan para hacer trampa y descuadrarme todo lo que hasta ahora había tratado de superar.
Hace quince días entró a su maestría y en verdad no ha sido nada fácil, nos vemos poco, a decir verdad nada entre semana, y el poco tiempo que pasamos juntos automáticamente se vuelve en añoranza cuando se va.
Siempre he padecido del mismo problema. Ese momento en que se tiene qué decir adiós, hasta pronto, hasta nunca, hasta siempre. Me deja un hueco enorme en la panza que aunque trato de llenar con cosa tontas, sólo se disemina cuando regresa, cuando puedo abrazarlo y no soltarlo.
Tengo ganas de llorar, ganas de decírselo, que me duele, que me hiere cuando no sé nada de él, cuando por completo desaparece, y cuando por la noche al escuchar su voz quisiera que no se fuera, que se quedara conmigo.
Soltar y dejar ir, si fuera así de fácil no estaría enamorado hasta la médula. La vida siempre pone todo en su lugar, en el momento preciso. Estoy seguro que así será.